martes, 26 de febrero de 2013

Te quiero

                En el borde del bosque, Eugène Jansson (1862-1915)

 Te quiero.

Te lo he dicho con el viento,
Jugueteando como animalillo en la arena
O iracundo como órgano tempestuoso;

Te lo he dicho con el sol,
Que dora desnudos cuerpos juveniles
Y sonríe en todas las cosas inocentes;

Te lo he dicho con las nubes,
Frentes melancólicas que sostienen el cielo,
Tristezas fugitivas;

Te lo he dicho con las plantas,
Leves criaturas transparentes
Que se cubren de rubor repentino;

Te lo he dicho con el agua,
Vida luminosa que vela un fondo de sombra;
Te lo he dicho con el miedo,
Te lo he dicho con la alegría,
Con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:
Más allá de la vida,
Quiero decírtelo con la muerte;
Más allá del amor, 

Quiero decírtelo con el olvido.

Luis Cernuda
(Los placeres prohibidos, 1931)

miércoles, 20 de febrero de 2013

Himno

Álvaro Tato en el IES Antonio López García (19/2/13)

Que haya viento a favor.

Que mires atrás una sola vez
para saber que aún no te persigues.

Que encuentres la alegría de perderte,
la certeza fugaz de no estar muerto,
alguien que te acompañe
y cosas que sucedan.

Que sigas. Que te pares.
Que nunca des contigo.

Y que tu patria sea ese lugar
al que no llegarás.


Álvaro Tato
(Gira, editorial Hiperión, 2011)

Puedes escuchar este poema leído por el autor en esta grabación realizada y difundida con su permiso.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Serás, amor

El arrobamiento de Psyque, William-Adolphe Bouguereau (1825-1905)

¿Serás, amor,
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y solo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo;
es prolongar el hecho mágico
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primer condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo, altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales:
es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara.
Y que lo más seguro es el adiós.


Pedro Salinas
(Razón de amor, 1936)

sábado, 9 de febrero de 2013

Otra estirpe

                                    Flora, Louise Abbéma (1853-1927)

Eros, yo quiero guiarte, Padre ciego...
Pido a tus manos todopoderosas
¡su cuerpo excelso derramado en fuego
sobre mi cuerpo desmayado en rosas!


La eléctrica corola que hoy despliego
brinda el nectario de un jardín de Esposas;
para sus buitres en mi carne entrego
todo un enjambre de palomas rosas.


Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles,
mi gran tallo febril... Absintio, mieles,
viérteme de sus venas, de su boca...


¡Así tendida, soy un surco ardiente
donde puede nutrirse la simiente
de otra Estirpe sublimemente loca!


Delmira Agustini
(Los cálices vacíos, 1913)

lunes, 4 de febrero de 2013

"Toilette" suprema

              Mañana en los Trópicos, Frederic Edwin Church (1826-1900)

    Bajo el encanto sombrío
De la tarde de tormenta
Hay trazos de luz violenta
En la amatista del río.
Y siento la tentación
De hundir mi cuerpo en la oscura
Agua quieta que fulgura
Bajo el cielo de crespón.


    Intensa coquetería
Del contraste con la onda
Que hará mi carne más blonda
Entre su gasa sombría.
Rara y divina toalé
Que en la penumbra amatista
Dará una gracia imprevista
A mi cuerpo rosa-té.


    Ninguna tela más bella
En su pliegue ha de envolverme.
¡Nunca tornarás a verme
Con tal blancura de estrella!
Jamás caprichoso azar

Ha dado, a ninguna amante,
Un lecho más fulgurante

Bajo el amado mirar.

    Deja que el río me vista
Con sus largos pliegues lilas,
Y guarda en tus dos pupilas,
Junto al fondo de amatista,
La visión loca y suprema
De mi cuerpo embellecido
Por el oscuro vestido

Y la sombría diadema.

Juana de Ibarbourou
(Las lenguas de diamante, 1919)
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